martes, 25 de abril de 2017


PALO ALTO, EL INTERACCIONISMO SIMBÓLICO Y LA PSICOLOGÍA EN LA COMUNICACIÓN 

George H. Mead  en su libro Mind, self and society, nos dice que lo que verdaderamente caracteriza al ser humano es su capacidad de interacción social, de acción intersubjetiva. El lenguaje permite la capacidad para conocerse (a sí mismo: llamado self) y para ponerse en el lugar de otro. El ser humano posee un recurso de interacción consigo mismo que le permite relacionarse con el mundo. Erving Goffman desarrolla el concepto de self de Mead para interpretar las relaciones que tienen los individuos y la sociedad. Para ello utiliza la metáfora del teatro, llamada dramaturgia social. Para entender el término de dramaturgia social primero tenemos que entender lo que es la dramaturgia. La dramaturgia es el arte de componer y representar una historia sobre el escenario. Todos en la sociedad hacemos una actuación. Cada persona define sus propios roles de acuerdo a su entorno y buscan encajar en cierto papel. Siempre estamos definiéndonos a nosotros mismos, desde la ropa que usamos, la música que escuchamos, y buscamos encajar en un papel dentro de la sociedad.
       La sociedad y los medios han definido ya los roles, actuámos de acuerdo a ciertas normas preestablecidas y vamos buscando lo que más nos gusta y tratamos de formar nuestra personalidad bajo esos criterios. Por ejemplo, a una persona le gusta la música metal. Dentro de la sociedad ya existen ciertos parámetros que encasillan a las personas que les gusta ese tipo de música. Por lo general se dejan el pelo largo, usan ropa negra con calaveras, usan pulseras con estoperoles, etc. A alguien que le empiece a gustar ese tipo de música va a buscar verse como las otras personas y va a adoptar un personaje que se parezca a esos que ya existen. Define su rol de acuerdo a su entorno para encajar en el papel que quiere representar, aunque en realidad puede que su personalidad sea otra y únicamente le guste el tipo de música y no la ropa.
       Todos asumimos un papel dentro de la sociedad: hijo, hermano, estudiante, maestro, jefe, padre, etc. Todos son papeles ya establecidos y nosotros buscamos encajar en alguno para encajar dentro de la sociedad. Todos representamos nuestra propia historia sobre el escenario que es la sociedad. La ciudad es un reflejo de los habitantes y puede ser considerado como el escenario. Muchas personas usan actuaciones estratégicas, por ejemplo en una reunión o acto social. Cada situación social tiene su propia actuación. No nos comportamos de la misma manera en la escuela o en una fiesta o en una reunión de trabajo. Siempre adoptamos diferentes actuaciones dependiendo de nuestro entorno. Al mismo tiempo una persona puede interpretar varios roles. Una misma persona puede ser un padre, hijo, estudiante, maestro, empleado, jefe, todo al mismo tiempo. Todo depende de la situación y tiempo en la que nos encontremos. Nuestra sobrevivencia en las interacciones sociales depende de lo bien que interpretemos los diferentes roles.
       Toda nuestra vida es como la vida de un actor. Un actor es una persona que interpreta un papel. Comienza con entender a un personaje y se encarga de personificar y dar vida al personaje. Su objetivo es que su personaje sea creíble, aunque el personaje nunca será la persona real. ¿Hasta qué punto esto es verdadero para todos nosotros? Todos interpretamos un papel, lo intentamos entender y dar vida y tiene que resultar creíble, pero, ¿al interpretar diferentes roles dentro de una sociedad nunca seremos la persona que somos en realidad?

REFERENCIA: De Moragas, Miquel. (2011) Interpretar la comunicación. Estudios sobre medios en América y Europa (1era edición). Barcelona: Editorial Gedisa, S.A. 

martes, 4 de abril de 2017


Restricción de la contingencia II: el ritual de la interacción

En casi todos los ámbitos de interacción podemos encontrar dos tipos de reglas. Por un lado tenemos las reglas de carácter sustantivo, es decir, aquellas que tienen una significación en sí mismas. Ejemplos de dichas reglas se encuentran en la normatividad de un juego (en el fútbol sólo el portero puede tocar la pelota con las manos) o en los reglamentos de una biblioteca (no se debe hablar fuerte en las salas de lectura). Las reglas sustantivas se encuentran, por lo general, fijadas por escrito y sus sanciones están explicativas en el mismo reglamento.
Por otro lado, tenemos reglas de carácter más bien implícito que, en principio, parecen estar vacías de significado. Reglas prácticas, como las que se describieron en el apartado anterior, cuya no-aplicación conoce sanciones distintas a las propias de las reglas sustantivas. Si, al tener trato por vez primera con una persona que ocupa un rol superior en la escala jerárquica de una organización, no le hablo de “usted”, sino de “tú”, es muy probable que la persona se sienta ofendida y, de una u otra forma, nos haga notar nuestra falta (tal vez, marcando la distancia al hablarnos de “usted”, rompiendo así con la ilusión de simetría); o en una cena familiar vemos cómo una de nuestras tías regaña a su hijo porque éste subió los codos a la mesa. Estas reglas tienen, pues, un carácter meramente ceremonial. Mientras que el sentido de las reglas sustantivas es muy claro, aquel de las reglas ceremoniales permanece oculto. De la misma forma en que es obvio que si en un juego de fútbol todos empezaran a tocar la pelota con las manos (y no sólo los porteros), el juego dejaría de llamarse fútbol, está claro que si hablo en voz alta en la sala de lectura de una biblioteca voy a interrumpir a los que están leyendo. ¿Pero qué problema hay si le hablo de “tú” a un superior, o si subo los codos a la mesa? En principio, no pasa nada y, sin embargo, no podemos evitar que sean acciones que molesten a los demás. Más aun, si nos ponemos en el lugar de los “ofendidos” no podemos evitar sentirnos incómodos. ¿A quién o a qué se está lastimando cuando no se cumplen las reglas ceremoniales? Goffman considera que las reglas ceremoniales protegen al objeto de culto moderno por antonomasia: al individuo.
Para explicar este fenómeno, Goffman se inspira en la distinción clásica entre lo sagrado y lo profano desarrollada por Émile Durkheim en su sociología de la religión. A este respecto, Durkheim afirma:
Pero lo característico del fenómeno religioso es que siempre supone una división bipartita del universo conocido y conocible en dos géneros que comprenden todo lo existente, pero que se excluyen radicalmente. Las cosas sagradas son aquellas protegidas y apartadas por las interdicciones; las profanas son aquellas a las que esas interdicciones se aplican, y deben permanecer a distancia de las primeras. Las creencias religiosas son representaciones que expresan la naturaleza de las cosas sagradas y las relaciones que mantienen ya sea unas con otras, ya sea con las cosas profanas. Por último, los ritos son reglas de conducta que prescriben cómo debe comportarse el hombre con las cosas sagradas.
Para Durkheim era obvio que la creciente diferenciación social ha menguado el poderío de los objetos sagrados tradicionales (dioses, espíritus, etc.), pero eso no implica que los objetos sagrados hayan desaparecido. Lo sagrado desempeña un rol fundamental en la estructuración normativa de lo social. La diferencia es que hoy día ya no se puede pensar que todos los habitantes de una ciudad o una nación veneren a los mismos dioses. Por eso mismo ha surgido un equivalente funcional que hace las veces de objeto sagrado venerado por todos: el individuo. Goffman sigue el argumento de Durkheim y concluye que esa es la razón por la cual respetamos las reglas ceremoniales. Lo que se lastima cuando se contravienen dichas reglas es la dignidad de ese objeto sagrado propio de la modernidad, de ese común denominador moral que es el individuo.
En este sentido, todos nuestros actos en la interacción obedecen a reglas prácticas de carácter ceremonial. Goffman considera que respetamos al individuo en abstracto, más allá de las personas concretas con las que interactuamos. Por ejemplo, puedo encontrarme a una persona que no me interesa en lo más mínimo. Sin embargo, si esta persona me saluda y me pregunta cómo estoy, me veré “obligado” a responder de forma educada y a hacer la misma pregunta en señal de reciprocidad. Por eso en el ejemplo del saludo, una situación cotidiana se tornaba tan compleja.
Goffman presta especial atención a dos tipos de reglas ceremoniales: la deferencia y el comportamiento. La deferencia remite al cuidado que tenemos en la interacción para no ofender a los otros (si alguien, sin querer, eructa después de la comida y se disculpa, no vamos a empezar a reírnos de él). Por su parte, el comportamiento tiene que ver con los “buenos modales”, es decir, con los códigos sociales que muestran nuestra capacidad como agentes en la interacción.

Justo en la aplicación de las reglas ceremoniales podemos ver con gran claridad la especificidad estructural del orden de la interacción. Dos personas de clases sociales muy distintas se sientan una junto a la otra en un partido de fútbol. Uno de ellos es un hombre adinerado, dueño de una empresa publicitaria, el otro es empleado de una tienda departamental. Ya entrado el juego, el arbitro marca una falta contra el equipo local, lo que despierta un gran alboroto en la tribuna. El hombre adinerado voltea a ver al empleado departamental y le comenta su enojo. A su vez, el empleado le dice que el arbitro había dejado pasar una falta igual, pero contra el otro equipo, hace apenas unos minutos. En el transcurso de la conversación ambos hombres se tutean. No hay necesidad de indagar el estatus socioeconómico de cada uno. Se respetan por ser individuos (y por ser fanáticos del mismo equipo, claro está). Hay, pues, un marco social que encuadra dicha situación: conversación informal en un estadio de fútbol. Según la “normatividad” de dicho marco, no hace falta respetar jerarquías en ese espacio. Más tarde analizaremos con detenimiento la problemática de los marcos sociales. Por ahora lo que resulta interesante es el hecho de que en otra situación (de carácter laboral, por ejemplo), los hombres hubieran tenido que hablarse de “usted”. Al menos en el nivel de la interacción, las reglas ceremoniales pueden generar simetría. Como no queremos que se nos ofenda, no ofendemos a los demás.

Restricción de la contingencia I: las reglas de la interacción



En Goffman, al igual que en la tradición de la “Escuela de Chicago”, la definición de la situación es un problema central. Hay, sin embargo, algo que marca una importante diferencia entre las forma en que Goffman analiza a la interacción y las reflexiones propias de dicha tradición (incluidas las reflexiones propias del “interaccionismo simbólico”). Me refiero al empleo del concepto de regla y a sus implicaciones teóricas.
A pesar de haber estudiado en la Universidad de Chicago, Goffman nunca estuvo totalmente de acuerdo con el “dogma” de esta tradición. Si bien Goffman no se interesó por el desarrollo de una “súper teoría” al estilo de Parsons (y mucho menos de una “teoría de alcance medio” en el sentido de Merton), tampoco fue un empirista que se haya limitado a realizar descripciones etnográficas de determinados fenómenos. A pesar de que la influencia que la “Escuela de Chicago” tuvo en la obra de Goffman no puede negarse, sería un error pensar que su obra puede clasificarse, sin mayor problema, bajo esta rúbrica.
Para colocarse en una posición intermedia entre las “súper teorías” y el empirismo, Goffman propone el desarrollo de “marcos conceptuales de bajo alcance”. El dinamismo de dichos marcos refleja perfectamente la actitud pragmática que asume Goffman durante el proceso de investigación. A diferencia de la gran mayoría de teóricos, Goffman no se enamora de sus conceptos y no pretende “forzar” a la realidad para que a toda costa encaje en su marco teórico. Los conceptos en Goffman parecen estar siempre acompañados de la etiqueta: “después de usar, favor de tirar”. Goffman le es infiel a sus conceptos (incluso dentro de una misma obra) porque para él lo importante es dar cuenta de una realidad. La realidad es tan compleja que el concepto, incapaz de aprehender sus infinitos matices, termina por agotarse. Llegado este momento, es necesario echar mano de otro concepto que, a su vez, está destinado a devenir obsoleto. Los conceptos de las teorías de bajo alcance no son, pues, omnipotentes. Sin embargo, tras esta modestia conceptual no se oculta incapacidad alguna, sino mesura. Goffman no duda de la utilidad de los conceptos y sabe que sólo mediante ellos es posible llegar a observar lo que todavía no ha sido visto o a relacionar lo que ha permanecido inconexo. La dimensión teórica es, pues, un aspecto fundamental de las investigaciones de Goffman. Su empleo del concepto de regla es un claro ejemplo de esta posición.
Goffman entiende a las reglas no como férreas leyes, sino como conocimientos prácticos que posibilitan mantener el orden de la interacción. Saber cómo debe uno de comportarse en los encuentros cara-a-cara es sumamente importante. Saber comportarse no sólo quiere decir tener buenos modales, sino saber qué hacer en determinadas circunstancias cuando el orden de la interacción se ve amenazado. Es decir, no sólo se trata de saber que hay que pedir las cosas “por favor” o que hay que agradecer a la gente que nos ayuda o nos presta un servicio; la problemática que se resuelve mediante las reglas de la interacción va más allá. Por ejemplo, imaginemos que estamos en una charla informal con nuestro jefe. La conversación gira en torno a la vida familiar y los pasatiempos. El jefe nos platica una versión idealizada de su vida familiar. Nos cuenta cuán maravillosa es su esposa y lo buen estudiante que es su hijo. De repente, al contarnos algo respecto a lo que hizo el fin de semana el jefe comete una pifia. En vez de llamar a su esposa por su nombre, se equivoca y la llama con el nombre de su secretaria (Ana, una chica bastante guapa que, en más de una ocasión, ha “monopolizado” la atención del jefe cuando entra en su oficina). El jefe se disculpa y corrige: “dije Ana; perdón, quise decir Marta, mi mujer”. El jefe se sonroja. Nos damos cuenta de que la situación se ha tornado incómoda. Sabemos que al jefe le gusta presentarse como un hombre de familia y que en la empresa pregona los valores familiares como la “piedra angular” del éxito. Sería, pues, un error hacer de la pifia un tema y tratar de indagar en los “motivos ocultos” que la desencadenaron (es muy probable que al jefe le guste Ana y que piense en ella bastante seguido). Se tiene, pues, mucha información, pero no hay tiempo para ponderarla; es necesario actuar. Así las cosas, en menos de un segundo hemos tenido que tomar una decisión. Nuestro sentido práctico nos dice que no debemos hacer comentario alguno y continuar con la charla como si nada hubiera pasado para hacer sentir bien a nuestro jefe. Hacer, pues, de un evento un no-evento. Sólo así podremos recuperar el hilo de la conversación y llevar a buen término el encuentro.
Sin embargo, no siempre tiene que haber jerarquía de por medio. Cuando una amiga nos pregunta cómo se ve con su nuevo corte de cabello, normalmente decimos que le queda muy bien, incluso cuando somos de la idea de que dicho corte de cabello la hace ver terriblemente mal.
La interrogante es ahora: ¿por qué hacemos esto? ¿Por qué no podemos sincerarnos y decir “te ves horrible”? ¿Por qué las reglas de la interacción nos “obligan” a mentir? Es aquí donde de la observación de casos particulares se pasa a la generalización teórica, ya que dichas preguntas sólo pueden responderse a partir de un determinado marco conceptual. Para poder hacer esto, es necesario complementar el concepto de regla con el concepto de ritual de interacción.