martes, 4 de abril de 2017

Restricción de la contingencia II: el ritual de la interacción

En casi todos los ámbitos de interacción podemos encontrar dos tipos de reglas. Por un lado tenemos las reglas de carácter sustantivo, es decir, aquellas que tienen una significación en sí mismas. Ejemplos de dichas reglas se encuentran en la normatividad de un juego (en el fútbol sólo el portero puede tocar la pelota con las manos) o en los reglamentos de una biblioteca (no se debe hablar fuerte en las salas de lectura). Las reglas sustantivas se encuentran, por lo general, fijadas por escrito y sus sanciones están explicativas en el mismo reglamento.
Por otro lado, tenemos reglas de carácter más bien implícito que, en principio, parecen estar vacías de significado. Reglas prácticas, como las que se describieron en el apartado anterior, cuya no-aplicación conoce sanciones distintas a las propias de las reglas sustantivas. Si, al tener trato por vez primera con una persona que ocupa un rol superior en la escala jerárquica de una organización, no le hablo de “usted”, sino de “tú”, es muy probable que la persona se sienta ofendida y, de una u otra forma, nos haga notar nuestra falta (tal vez, marcando la distancia al hablarnos de “usted”, rompiendo así con la ilusión de simetría); o en una cena familiar vemos cómo una de nuestras tías regaña a su hijo porque éste subió los codos a la mesa. Estas reglas tienen, pues, un carácter meramente ceremonial. Mientras que el sentido de las reglas sustantivas es muy claro, aquel de las reglas ceremoniales permanece oculto. De la misma forma en que es obvio que si en un juego de fútbol todos empezaran a tocar la pelota con las manos (y no sólo los porteros), el juego dejaría de llamarse fútbol, está claro que si hablo en voz alta en la sala de lectura de una biblioteca voy a interrumpir a los que están leyendo. ¿Pero qué problema hay si le hablo de “tú” a un superior, o si subo los codos a la mesa? En principio, no pasa nada y, sin embargo, no podemos evitar que sean acciones que molesten a los demás. Más aun, si nos ponemos en el lugar de los “ofendidos” no podemos evitar sentirnos incómodos. ¿A quién o a qué se está lastimando cuando no se cumplen las reglas ceremoniales? Goffman considera que las reglas ceremoniales protegen al objeto de culto moderno por antonomasia: al individuo.
Para explicar este fenómeno, Goffman se inspira en la distinción clásica entre lo sagrado y lo profano desarrollada por Émile Durkheim en su sociología de la religión. A este respecto, Durkheim afirma:
Pero lo característico del fenómeno religioso es que siempre supone una división bipartita del universo conocido y conocible en dos géneros que comprenden todo lo existente, pero que se excluyen radicalmente. Las cosas sagradas son aquellas protegidas y apartadas por las interdicciones; las profanas son aquellas a las que esas interdicciones se aplican, y deben permanecer a distancia de las primeras. Las creencias religiosas son representaciones que expresan la naturaleza de las cosas sagradas y las relaciones que mantienen ya sea unas con otras, ya sea con las cosas profanas. Por último, los ritos son reglas de conducta que prescriben cómo debe comportarse el hombre con las cosas sagradas.
Para Durkheim era obvio que la creciente diferenciación social ha menguado el poderío de los objetos sagrados tradicionales (dioses, espíritus, etc.), pero eso no implica que los objetos sagrados hayan desaparecido. Lo sagrado desempeña un rol fundamental en la estructuración normativa de lo social. La diferencia es que hoy día ya no se puede pensar que todos los habitantes de una ciudad o una nación veneren a los mismos dioses. Por eso mismo ha surgido un equivalente funcional que hace las veces de objeto sagrado venerado por todos: el individuo. Goffman sigue el argumento de Durkheim y concluye que esa es la razón por la cual respetamos las reglas ceremoniales. Lo que se lastima cuando se contravienen dichas reglas es la dignidad de ese objeto sagrado propio de la modernidad, de ese común denominador moral que es el individuo.
En este sentido, todos nuestros actos en la interacción obedecen a reglas prácticas de carácter ceremonial. Goffman considera que respetamos al individuo en abstracto, más allá de las personas concretas con las que interactuamos. Por ejemplo, puedo encontrarme a una persona que no me interesa en lo más mínimo. Sin embargo, si esta persona me saluda y me pregunta cómo estoy, me veré “obligado” a responder de forma educada y a hacer la misma pregunta en señal de reciprocidad. Por eso en el ejemplo del saludo, una situación cotidiana se tornaba tan compleja.
Goffman presta especial atención a dos tipos de reglas ceremoniales: la deferencia y el comportamiento. La deferencia remite al cuidado que tenemos en la interacción para no ofender a los otros (si alguien, sin querer, eructa después de la comida y se disculpa, no vamos a empezar a reírnos de él). Por su parte, el comportamiento tiene que ver con los “buenos modales”, es decir, con los códigos sociales que muestran nuestra capacidad como agentes en la interacción.

Justo en la aplicación de las reglas ceremoniales podemos ver con gran claridad la especificidad estructural del orden de la interacción. Dos personas de clases sociales muy distintas se sientan una junto a la otra en un partido de fútbol. Uno de ellos es un hombre adinerado, dueño de una empresa publicitaria, el otro es empleado de una tienda departamental. Ya entrado el juego, el arbitro marca una falta contra el equipo local, lo que despierta un gran alboroto en la tribuna. El hombre adinerado voltea a ver al empleado departamental y le comenta su enojo. A su vez, el empleado le dice que el arbitro había dejado pasar una falta igual, pero contra el otro equipo, hace apenas unos minutos. En el transcurso de la conversación ambos hombres se tutean. No hay necesidad de indagar el estatus socioeconómico de cada uno. Se respetan por ser individuos (y por ser fanáticos del mismo equipo, claro está). Hay, pues, un marco social que encuadra dicha situación: conversación informal en un estadio de fútbol. Según la “normatividad” de dicho marco, no hace falta respetar jerarquías en ese espacio. Más tarde analizaremos con detenimiento la problemática de los marcos sociales. Por ahora lo que resulta interesante es el hecho de que en otra situación (de carácter laboral, por ejemplo), los hombres hubieran tenido que hablarse de “usted”. Al menos en el nivel de la interacción, las reglas ceremoniales pueden generar simetría. Como no queremos que se nos ofenda, no ofendemos a los demás.

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