martes, 4 de abril de 2017

Restricción de la contingencia I: las reglas de la interacción



En Goffman, al igual que en la tradición de la “Escuela de Chicago”, la definición de la situación es un problema central. Hay, sin embargo, algo que marca una importante diferencia entre las forma en que Goffman analiza a la interacción y las reflexiones propias de dicha tradición (incluidas las reflexiones propias del “interaccionismo simbólico”). Me refiero al empleo del concepto de regla y a sus implicaciones teóricas.
A pesar de haber estudiado en la Universidad de Chicago, Goffman nunca estuvo totalmente de acuerdo con el “dogma” de esta tradición. Si bien Goffman no se interesó por el desarrollo de una “súper teoría” al estilo de Parsons (y mucho menos de una “teoría de alcance medio” en el sentido de Merton), tampoco fue un empirista que se haya limitado a realizar descripciones etnográficas de determinados fenómenos. A pesar de que la influencia que la “Escuela de Chicago” tuvo en la obra de Goffman no puede negarse, sería un error pensar que su obra puede clasificarse, sin mayor problema, bajo esta rúbrica.
Para colocarse en una posición intermedia entre las “súper teorías” y el empirismo, Goffman propone el desarrollo de “marcos conceptuales de bajo alcance”. El dinamismo de dichos marcos refleja perfectamente la actitud pragmática que asume Goffman durante el proceso de investigación. A diferencia de la gran mayoría de teóricos, Goffman no se enamora de sus conceptos y no pretende “forzar” a la realidad para que a toda costa encaje en su marco teórico. Los conceptos en Goffman parecen estar siempre acompañados de la etiqueta: “después de usar, favor de tirar”. Goffman le es infiel a sus conceptos (incluso dentro de una misma obra) porque para él lo importante es dar cuenta de una realidad. La realidad es tan compleja que el concepto, incapaz de aprehender sus infinitos matices, termina por agotarse. Llegado este momento, es necesario echar mano de otro concepto que, a su vez, está destinado a devenir obsoleto. Los conceptos de las teorías de bajo alcance no son, pues, omnipotentes. Sin embargo, tras esta modestia conceptual no se oculta incapacidad alguna, sino mesura. Goffman no duda de la utilidad de los conceptos y sabe que sólo mediante ellos es posible llegar a observar lo que todavía no ha sido visto o a relacionar lo que ha permanecido inconexo. La dimensión teórica es, pues, un aspecto fundamental de las investigaciones de Goffman. Su empleo del concepto de regla es un claro ejemplo de esta posición.
Goffman entiende a las reglas no como férreas leyes, sino como conocimientos prácticos que posibilitan mantener el orden de la interacción. Saber cómo debe uno de comportarse en los encuentros cara-a-cara es sumamente importante. Saber comportarse no sólo quiere decir tener buenos modales, sino saber qué hacer en determinadas circunstancias cuando el orden de la interacción se ve amenazado. Es decir, no sólo se trata de saber que hay que pedir las cosas “por favor” o que hay que agradecer a la gente que nos ayuda o nos presta un servicio; la problemática que se resuelve mediante las reglas de la interacción va más allá. Por ejemplo, imaginemos que estamos en una charla informal con nuestro jefe. La conversación gira en torno a la vida familiar y los pasatiempos. El jefe nos platica una versión idealizada de su vida familiar. Nos cuenta cuán maravillosa es su esposa y lo buen estudiante que es su hijo. De repente, al contarnos algo respecto a lo que hizo el fin de semana el jefe comete una pifia. En vez de llamar a su esposa por su nombre, se equivoca y la llama con el nombre de su secretaria (Ana, una chica bastante guapa que, en más de una ocasión, ha “monopolizado” la atención del jefe cuando entra en su oficina). El jefe se disculpa y corrige: “dije Ana; perdón, quise decir Marta, mi mujer”. El jefe se sonroja. Nos damos cuenta de que la situación se ha tornado incómoda. Sabemos que al jefe le gusta presentarse como un hombre de familia y que en la empresa pregona los valores familiares como la “piedra angular” del éxito. Sería, pues, un error hacer de la pifia un tema y tratar de indagar en los “motivos ocultos” que la desencadenaron (es muy probable que al jefe le guste Ana y que piense en ella bastante seguido). Se tiene, pues, mucha información, pero no hay tiempo para ponderarla; es necesario actuar. Así las cosas, en menos de un segundo hemos tenido que tomar una decisión. Nuestro sentido práctico nos dice que no debemos hacer comentario alguno y continuar con la charla como si nada hubiera pasado para hacer sentir bien a nuestro jefe. Hacer, pues, de un evento un no-evento. Sólo así podremos recuperar el hilo de la conversación y llevar a buen término el encuentro.
Sin embargo, no siempre tiene que haber jerarquía de por medio. Cuando una amiga nos pregunta cómo se ve con su nuevo corte de cabello, normalmente decimos que le queda muy bien, incluso cuando somos de la idea de que dicho corte de cabello la hace ver terriblemente mal.
La interrogante es ahora: ¿por qué hacemos esto? ¿Por qué no podemos sincerarnos y decir “te ves horrible”? ¿Por qué las reglas de la interacción nos “obligan” a mentir? Es aquí donde de la observación de casos particulares se pasa a la generalización teórica, ya que dichas preguntas sólo pueden responderse a partir de un determinado marco conceptual. Para poder hacer esto, es necesario complementar el concepto de regla con el concepto de ritual de interacción.

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